martes, 22 de febrero de 2011

El pintor ciego

Había un pintor que no era muy bueno ni tampoco muy malo, ni muy feo, ni muy guapo, ni muy simpático, ni muy antipático, todo era a medias.
Este pintor en realidad no pintaba para vivir de ello, pintaba porque era lo que más le gustaba, tanto le gustaba, que a veces se le olvidaba comer, pagar su casa o hasta salir a que le diera el aire, él se sumergía en sus cuadros y así pasaban los días.

Pero no es oro todo lo que reluce, un día metido en su último cuadro, un bosque amarillo, con árboles torcidos grises y azules y un montón de hierba entre naranja y roja, se dio cuenta de que se había perdido, sólo veía resplandores de luz aquí y allá y no sabía volver a su casa, dónde se encontraba su cuerpo, encorvado, con la nariz pegada al cuadro.
El pintor no paraba de buscar la salida, porque estar ahí dentro daba un poco de miedo, cuando por fin consiguió salir de lo que estaba pintando estaba muy asustado.

Pasó el tiempo y el pintor ya no se olvidaba de comer, ni de pagar, ni de salir a dar paseos, porque era lo único que hacía, ya no pintaba, tenía miedo de ponerse a pintar porque no quería volver a quedarse atrapado ahí dentro. Un día, dando un paseo, el pintor se quedó ciego, no sabe cómo ni por qué, pero ya no veía nada. Pidió ayuda y un vecino que estaba por ahí lo llevó al doctor, que no encontró una explicación para esa ceguera repentina. Nadie sabía que le pasaba y el pintor ya no salía de su casa, intentaba aprender a vivir con esa discapacidad.

El caso es que, antes de quedarse ciego, tenía tanto miedo a pintar que había llegado a odiar la pintura, pero como el ser humano es así de raro ahora, que no podía, sólo quería volver a pintar. Ya no tenía miedo solo tenía pena, mucha pena y esa pena no le dejaba comer, ni salir, ni buscar ayuda o una explicación a su ceguera.

El pintor ya no era medio guapo, ni medio simpático, ni se relacionaba con nadie. Tiró sus cuadros, que olían a óleo y le recordaban lo que había pasado y dejaba pasar los días escuchándose por dentro, que era lo único que podía hacer.

De tanto escuchar, escuchó una voz y la voz le decía que abriera las ventanas de su casa, como no veía, hacía tiempo que se había encerrado a cal y canto en su casa, sin luz, total, no la necesitaba.
Él no quería abrir las ventanas, pero tanto le insistía la voz que se levantó y abrió un ventanuco muy pequeño, entonces ¡zas! Un destello blanco iluminó la casa y el pintor veía, muy poquito, apenas distinguía formas, pero al menos veía la luz que entraba por la ventana.

El pintor se volvió loco de alegría, empezó a abrir todas las ventanas gritando de emoción, tanto gritó que sus vecinos fueron a ver que pasaba y cuando estaban allí todos les preguntó si alguno sabía lo que le pasaba y había ido a susurrarle que abriese las ventanas, la gente que estaba allí pensó que se había vuelto loco, que se lo había inventado todo porque el cerebro se le había estropeado de tanta sustancia tóxica que antaño había utilizado para pintar. Se fueron marchando y cuando el pintor se quedó solo empezó a pensar que había pasado, entonces se dio cuenta de que aquella voz salvadora era él mismo, que nunca había estado ciego, si no que estaba tan frustrado por el miedo que había dejado de ver para no tener que enfrentarse a ello.
Cogió un pincel y se puso a pintar, no le gustaba lo que le iba saliendo, pero no dejó de hacerlo porque se dio cuenta que pintar era su vida, lo que le mantenía y le hacía feliz.

El pintor volvió a ser guapo y simpático y recuperó la confianza de los vecinos que pensaban que se había vuelto loco.
Aún hoy hace muchas cosas que no le gustan, pero de entre todas ha rescatado partes, colores y formas que sí le gustan y ha creado un cuadro gigante que le recuerda que no siempre todo te hace intensamente feliz, porque la felicidad buena, la que se disfruta, es la que hay que buscar entre los desastres de la vida.
Fin.

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Body Painting

Vídeo para apertura de reportaje de Yo Dona iPad (24 de febrero de 2012).